A mi, que nací y me crié en una de las ciudades de Colombia, alejado de la guerra por algunos kilómetros y al mismo tiempo a años luz de ponerme en los zapatos de los actores del conflicto, la violencia me tocó así; calladamente, hipócrita, limpia, sordomuda. Por la televisión vi imágenes bien recortadas, audios desgarradores puestos en el momento justo de la edición, vi discursos, rabietas de políticos asesinos, oí algunas bombas a lo lejos, respiré algún humo negro, alguna esquirla me rozó, pero en realidad no estaba ahí. Yo no estuve en la guerra ni la guerra estuvo en mi, a la guerra la leí, me la aspiré en forma de cocaína, me la imaginé y la utilicé como cortinilla para dormirme; me imaginaba en un avión invisible matando a todo el mundo, a los de un lado y los del otro, matando a los malos y a los buenos con sendos proyectiles llenos de chispas, así como los que veía en los videos de los bombardeos a Vietnam.

Antes de dormirme volvía a parquear el avión invisible justo al lado de mi cama y me sentía tranquilo porque aunque la guerra no me tocaba, me molestaba de la misma manera en que la pobreza molesta a los ricos, creo, nunca he sido rico y seguramente nunca lo sea. Todo lo leí desde el telepromter de la tragedia. No soy una víctima de la guerra en Colombia, tampoco soy un victimario, aunque de las dos algo debo tener en el fondo profundo de la desilusión que siento. Ya no veo noticias, ni leo periódicos, no quiero votar más, no creo en esta “democracia” ni en las imágenes esquizofrénicas que nacen de ellas, no leo los comentarios en los videos de YouTube, no veo a la izquierda ni a la derecha, miro para abajo y para el techo.

En el proyecto de Ana María Montenegro puedo identificarme en la eficiencia del discurso, en la frialdad de las palabras que parecían emotivas, puedo sentir la soledad y la impotencia de los istmos, de las ideologías mil veces manoseadas. En Colombia los dos principales equipos de futbol(1) nacieron para distensionar las violencias entre liberales y conservadores, los políticos embusteros vistieron entonces a los futbolistas de azul y rojo (colores de estos partidos políticos) y los metieron en una cancha a que se mataran simbólicamente. En el video de Ana María la cancha está vacía como el propio discurso, el mal tiempo impide que los jugadores lleguen al campo, el patriotismo se confunde con la fe, la fe se confunde con la limpieza étnica y social, lo social se confunde con la cancha y así sucesivamente en una espiral violenta y de símbolos confusos.

Este collage discursivo, hecho con fragmentos de las palabras del presidente que firmó la paz con los guerrilleros de las FARC, mezclado con las palabras de los representantes de dicha guerrilla y los planteamientos del director técnico de la selección colombiana de futbol (2) (entre otros) es un “Frankenstein” hermoso y al mismo tiempo cínico de nuestra realidad social, de nuestra esquizofrenia mediática, de nuestra capacidad para perdernos en las formas y en los contenidos. Un Telepromter de la desilusión porque, en últimas, de esos discursos esperanzadores no queda nunca nada, vienen de la demagogia, de la miopía y de la exclusión, y al fin y al cabo sólo son palabras una puesta al lado de la otra. Tienen más sentido cuando se dispersan y se reagrupan en un nuevo signo, tienen sentido por su incoherencia, develan lo tortuoso de la mentira y las verdades contadas a medias.





1. Santa fé y Millonarios

2. Texto construido a partir de fragmentos de discursos recientes de Juan Manuel Santos (presidente de Colombia), Rodrigo Londoño Echeverri - Timochenko (Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), Álvaro Uribe Vélez (ex presidente de Colombia), Humberto de la Calle (jefe del equipo negociador por parte del gobierno en el proceso de paz) y de declaraciones de prensa y entrevistas de James Rodríguez, Carlos Sánchez, Carlos Bacca, Mario Yepes (futbolistas de la selección Colombia) y José Pekerman (entrenador de la Selección Colombia) entre otros.

Telepromter de la Desilusión

por Gabriel Mejía Abad
To me, who was born and raised in one of the cities of Colombia, distanced from the war by some kilometers and light years away from being in the shoes of the actors of the conflict, violence hit me like this; quietly, hypocritical, clean, deaf-mute. I watched nicely cropped images on television, heard piercing audios placed perfectly on the editions, looked at speeches, tantrums by murderous politicians, heard some bombs from the far, breathed in some black smoke, was slightly brushed by a splinter, but in reality I was not there. I was not in the war and the war was not in me, I read the war, I snorted it in the form of cocaine, I imagined it and used it as a curtain to sleep. I imagined myself in an invisible plane killing everybody, the people on one side and the other, killing the bad and the good guys with projectiles filled with sparks, like the ones I watched on the bombings of Vietnam.

Before going to sleep I would park the invisible plane right on the side of my bed and I felt calm because even if the war didn’t touch me, it bothered me like poverty bothers the rich, I think, I´ve never been rich and might not ever be. I read everything from the teleprompter of tragedy. I am not a victim of the Colombian war, nor a victimizer, even though I might have a little of both in the darker depth of the disappointment I feel. I don’t watch news any more, I don’t read the papers, I don’t ever want to vote again, I don’t believe in this “democracy,” or in the schizophrenic images it gives birth to, I don’t read the comments on the YouTube videos, I don’t look at the left or the right, I look down and towards the ceiling.

In Ana María Montenegro’s project I can identify myself in the efficiency of the speech, in the coldness of the words that seemed emotional. I can feel the loneliness and the impotence of the isthmus, of the ideologies having been hackneyed a thousand times. In Colombia the two major soccer teams(1) were created to distort the violence between liberals and conservatives, devious lying politicians dressed the players in red and blue (colors of these political parties) and placed them in the field to symbolically kill each other. In Ana María’s video the field is empty like the speech itself, the bad weather prevents the players from reaching the field, patriotism is confused with faith, faith is then confused with ethnic and social cleansing, what’s social is confused with the arena, and so on in a violent spiral of confused symbols.

This discursive collage, made with fragments of the words of the president who signed peace with the FARC guerrillas, mixed with the words spoken by the guerrilla’s representatives and the statements delivered by the technical couch of the Colombian soccer team(2) (among others) is a beautiful “Frankenstein”. It is also a cynical representation of our social reality, of our media schizophrenia, of our capacity to get lost in forms and content. A teleprompter of disillusionment because, ultimately, there isn’t ever anything left out from those hopeful speeches, they come from demagogy, myopia and exclusion, and in the end they are just words placed next to each other. They make more sense when they are dispersed and regrouped into a new sign, they make sense because of their incoherence, and they reveal the tortuosity of lies and truths vaguely narrated.

1. Santa fe and Millonarios soccer teams.

2. Written document constructed with fragments of recent political speeches by Juan Manuel Santos (President of Colombia), Rodrigo Londoño Echeverri – Timochenko (Commander-in.chief of the Revolutionary Arm Forces of Colombia –FARC), Alvaro Uribe Vélez (ex president of Colombia), Humberto de la Calle (Head representative of the official negociating team for the peace agreements) and interviews and media statements by Rodrigo James, Carlos Sánchez, Carlos Becca, Mario Yepes (soccer players of the Colombian National soccer team) and José Pekerman (Couch of the Colombian National soccer team), among others.
The Disillusioned Teleprompter
by Gabriel Mejía Abad